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Vengo de un país de estaciones marcadas. El otoño, el invierno, la primavera y el verano son diferenciables en una ciudad moderna como Santiago de Chile. Caen las hojas en otoño, llueve con gotas delgadas y espaciadas y nos morimos de frío en invierno, nos alegramos y estornudamos por las alergias de primavera, y el calor insoportable nos hace transpirar y reseca nuestra piel en verano. 

Ciudad de México no es así. Tiene ritmos que reflejan la presencia milenaria de otras energías misteriosas que dominan el clima, que por ningún motivo significa solamente algo tan pobre de significado como “el clima”. Los pronósticos de expertos científicos climáticos son más complejos, y un mismo día parece acumular todas las estaciones posibles. No puede ser considerado que Ciudad de México goce de un clima tropical ni menos otro que acumule un nombre que podamos definir. No hay otra forma más que pensar (o imaginar) que Tláloc, el dios de la lluvia de los aztecas, sigue presente en el caos de la ciudad.

El encono de la lluvia me ha sorprendido en muchos lugares diferentes de la ciudad. En un café escribiendo, en una conversación o mirando el cielo en la calle, haciendo clases, comprando pan, en el supermercado buscando los productos que conversen con mi estómago, corriendo para escapar de ella y no dañe mi computador (objetivo que no logré). La lluvia de Ciudad de México se hace parte de mi cotidianeidad y me daña pero me acaricia. Como todas las buenas cosas, es doble, triple, cuádruple. Infinitos significados. Los relámpagos retumban con una fuerza que no proviene de este mundo, cuando Tláloc así lo desea. No son un simple choque de cargas eléctricas. ¡Qué nimia es la palabra electricidad! Es la fuerza divina de Tláloc, dios de la lluvia, del relámpago y de la fertilidad agrícola, que con grandes ojos y colmillos nos envía nuestro sustento a cambio de la violencia de tormentas, sequías o granizo. Nada es gratis. Sólo intercambio para sobrevivir.

Hoy esperé la lluvia y no cayó. Creí que la podía predecir. Caí en el engaño del poder individual, como todos los que vivimos aquí ahora, o quizá solamente los extranjeros, los que no nacimos en esta tierra pero que la vamos sintiendo nuestra, que aún creemos en las apariencias. Y extrañé a la lluvia, como se extraña un viejo amor que nunca volverá. A pesar de que la lluvia siempre regresa, a veces con calma seductora, a veces con furia, para recordarnos en la Ciudad de México quien manda desde siempre aquí. 

Profesor investigador y escritor. Su trabajo aborda emprendimiento, mercados informales, creatividad e innovación. Doctor en Estudios Organizacionales y Teoría de la Cultura por la Universidad de St. Gallen, con maestría en Desarrollo por la Universidad Panthéon‑Sorbonne y formación en ingeniería comercial por la Pontificia Universidad Católica de Chile, con intercambio en Estados Unidos en la UCLA (University of California at los Angeles). Ha publicado novelas, ensayos y artículos académicos, e integra el arte como método para repensar el emprendimiento desde lo visceral y poético.

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